La comunidad monástica de Antealtares tiene sus orígenes en el siglo IX cuando, a raíz del descubrimiento del cuerpo del Apóstol, el rey Alfonso II fundó, en las inmediaciones del sepulcro un monasterio para los monjes benedictinos que custodiaban y daban culto a las reliquias de Santiago.
Fruto de esta labor, que junto con el servicio litúrgico y la atención a los primeros peregrinos, centró el quehacer de la comunidad durante siglos, es el legado cultural, parte del cual se alberga hoy en el Museo de Arte Sacra, en el que junto al primitivo altar levantado sobre la tumba de Santiago por sus discípulos, podemos encontrar piezas como un bellísimo Cristo del siglo XIII perteneciente a la antigua iglesia románica, una edición de 1.610 de la Regla de San Benito que constituye un ejemplar único o el relicario de plata que guarda el brazo de San Pelayo, como parte de una interesante colección de piezas de escultura, pintura, orfebrería, ornamentos litúrgicos y documentos, explicable desde claves benedictinas y jacobeas.