El estandarte de la buena mesa local lo llevan los crustáceos y los moluscos, grupo variopinto que todos llaman, simplemente, ‘marisco’. Cigalas, langostinos, gambas, camarones, navajas, ostras, vieiras, mejillones, almejas, berberechos, zamburiñas, santiaguiños, centollos, langostas, bogavantes, bueyes de mar o nécoras se sirven cocidos o en parrillada, del tiempo o calientes, pero sin salsas que disfracen sus cualidades, que crecen –dice la tradición- en los meses con ‘r’, es decir, de septiembre a abril.
Mención aparte merece el pulpo a la gallega, es decir, cocido y bañado en pimentón y aceite de oliva. Hay que probarlo también guisado con cachelos (patatas). Los mariscos pueden entrar, además, en sopas, arroces y paellas; en croquetas, escabeches o empanadas. Como tapa, como ración, como pincho en una fiesta o entrante, la empanada se rellena con carnes o pescados y mariscos en atrevidas combinaciones, entre las que destaca el bacalao con pasas.
El primer plato por excelencia es el caldo gallego, que esconde los milagros que obran juntos las patatas, alubias y grelos o berzas cocinados con unto, esa manteca de cerdo ahumada omnipresente en los platos de invierno.