La luna ha sido objeto de fascinación a lo largo de la historia. Cargada de significados que evocan tanto lo visible como lo oculto, su luz desvela un mundo en penumbra, iluminando sutilmente aquello que la oscuridad intenta esconder y creando un espacio donde la imaginación se despliega con mayor intensidad. La noche esconde el detalle, el ruido y las distracciones del día, invitando a un estado de introspección y conexión emocional con el lugar. En esta penumbra, la ausencia de luz estimula el misterio, sugiriendo que más allá de lo visible existen otras verdades escondidas. Es en la noche donde las sombras parecen cobrar vida y lo desconocido se convierte en un lienzo en blanco para la fantasía. Su luz, tenue pero constante, actúa como un faro que revela contornos, siluetas y reflejos que transforman el paisaje en algo mágico y onírico. Este contraste entre lo oculto y lo visible es el terreno en el que se mueve el trabajo más reciente de Haya Blanco (Santiago, 1984).
Melancholy Moon explora nuevas formas de representar y conceptualizar el entorno natural y urbano a través la pintura. No persigue retratar lo bucólico, sino nuestra relación con el entorno, en cuanto a su evolución, su conservación o su deterioro, en gran medida determinados por las prácticas humanas. Los paisajes que aquí se exhiben no representan lugares concretos, sino que son recreaciones de lugares imaginarios donde convergen memoria, fantasía y crítica, componiendo un mapa poético de lo posible y lo perdido.
Una estética infantil, deliberada y evocadora, guía el proceso de creación en esta etapa de la artista. El uso de trazos simples y expresivos, que remite al ejercicio de dibujar como un niño, infunde pureza y honestidad a las obras. Sin embargo, esta inocencia formal contrasta con la profundidad de los temas subyacentes. La luz desempeña un papel crucial en estas composiciones, especialmente la luz de la luna y su reflejo en el paisaje, que actúa como hilo conductor y que está presente en la mayoría de las obras de la exposición, convirtiéndose en observadora eterna de nuestro mundo cambiante. La experimentación con pinturas fosforescentes, que se activan en la oscuridad aplicando luz ultravioleta, potencia el efecto luminoso y añade una capa innovadora al trabajo reciente de Haya Blanco, permitiendo que el paisaje cobre vida en la oscuridad y reconfigurando nuestra percepción del espacio y la luz. Esta técnica subraya la relación simbólica entre la luna y el paisaje, ofreciendo una experiencia sensorial que conecta al espectador con las múltiples capas de significados que conforman el entorno.
Melancholy Moon no solo nos invita a contemplar, sino también a cuestionar y sentir el entorno que nos rodea. Es un recordatorio de que los paisajes, sean reales o imaginados, son testigos vivos de nuestra presencia y acción, y que su luz, incluso en la oscuridad, siempre nos cuenta algo de nosotros mismos. A través de la innovación, la exploración y el cuestionamiento de las convenciones establecidas, Melancholy Moon amplía los límites del arte contemporáneo en el género del paisaje. Nos invita no solo a mirar, sino a reflexionar sobre nuestro hábitat, sobre sus contradicciones y su belleza efímera, recordándonos que nuestra relación con él es un acto continuo de creación y transformación, y, sobre todo, de responsabilidad.
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