Este parque era la antigua finca y cementerio del convento dominico de Bonaval. Fue rehabilitado como parque urbano en un proyecto dirigido por el arquitecto portugués Álvaro Siza y la paisajista Isabel Aguirre. Hoy es un ejemplo de perfecta adaptación a la topografía y a los elementos persistentes, pues conjuga las onduladas formas de la ladera con la linealidad de los trazados geométricos que definen sus senderos y bancadas, respetando la antigua huerta, la robleda y el camposanto.
Quizás fue este el motivo que llevó al escultor Eduardo Chillida a instalar aquí su “Puerta de la Música”. La escultura de 17 toneladas de peso está pensada para enmarcar una visión de la ciudad, por lo que hay que situarse detrás de ella y de cara al paisaje para descubrir el casco histórico en una visión diferente.
No obstante, este parque sugiere desde cualquier punto una vista especial a la ciudad. Los tejados, las chimeneas, el cercano convento de Santa Clara, y, para quienes suban la ladera hasta lo alto, una de las más espléndidas visiones que se puedan tener en Santiago.
El agua susurra en todo el paseo: bajo fuentes, canales y pequeños aljibes. Las especies vegetales dan sombra o alegran con sus colores el amplísimo tapiz de césped. Frutales -guindos, cerezos, manzanos-, además de castaños, abedules y magnolias son el preámbulo para la zona más frondosa, un robledal refrescado por una vieja mina de agua.
Caminando no será difícil llegar al espacio que ocupó el cementerio, en el que en otro tiempo se realizaban los enterramientos de la ciudad, cuando se decidió liberar a la plaza de la Quintana de esas funciones. Hoy este espacio está desacralizado, por lo que sirve frecuentemente de escenario para conciertos de música sacra y otros eventos de tipo cultural, que aprovechan su singular acústica y su encanto nocturno.