La Universidad de Santiago de Compostela cumplió a finales del siglo pasado 500 años de vida. Esa es la edad de su antepasado más lejano, el Estudio Viejo o de Gramática fundado por Lope de Marzoa en 1495, con el apoyo de los monasterios benedictinos de la ciudad. De la necesidad de formar a los futuros miembros de la Iglesia y a los funcionarios públicos, nacería a principios del siglo XVI la actual Universidad de Santiago, siendo su primera sede el Colegio de Santiago Alfeo, fundado por el arzobispo Fonseca.
Sin embargo, cuando un compostelano habla de ‘la Universidad’, casi siempre se refiere al edificio que alberga en la actualidad a la Facultad de Geografía e Historia. A esta maciza construcción neoclásica le fue añadido un piso entre los siglos XIX y XX, cuando se decidió sustituir la figura de Minerva, que coronaba el conjunto, por las estatuas de los fundadores de la casa de estudios.
Las instalaciones universitarias ocupan hoy una superficie de 1.300.000 metros cuadrados distribuidos entre Santiago y Lugo, en infraestructuras de docencia e investigación. Sus casi 30 mil estudiantes proceden, no solo de toda España, sino también de otros países, y son atendidos por unos 2 mil docentes e investigadores y alrededor de mil empleados. A lo largo de todo el año, la universidad ofrece al público interesado un amplio programa de visitas guiadas por su rico patrimonio histórico-artístico.
Contigua al edificio de Geografía e Historia se levanta la Iglesia de la Universidad, del siglo XVII, que perteneció a los jesuitas hasta la expulsión de la orden en 1767. En ese momento, las estatuas de la fachada, que representaban a San Ignacio y San Francisco Javier, fueron sustituidas por las de San Pedro y San Pablo. Su interior alberga ricos retablos e interesantes exposiciones universitarias.
Como curiosidad, apuntaremos que al extremo derecho de esta plaza se abre el Arco de Mazarelos, la única puerta que se ha conservado de la desaparecida muralla medieval. La antigua fortificación del siglo XI, de 2 kilómetros de extensión, fue derribada en el siglo XIX al perder su función defensiva original. Contaba con siete puertas principales que permitían controlar el acceso de personas y mercancías, y que sólo han dejado el recuerdo de sus nombres en la toponimia urbana. La excepción es este arco, que no pudo ser derribado por ser propiedad privada, y que nos permite recordar que por él entraban a la ciudad los cereales y los vinos de O Ribeiro.